lunes, 20 de marzo de 2023

RELAJAR: no es oro todo lo que reluce

 


Si preguntamos por ahí que sensaciones experimenta la gente ante el verbo relajar, la mayoría responderá con palabras positivas. Cuando uno se relaja “esparce o distrae su ánimo con algún descanso” y cuando le dices a alguien que se relaje no le dices, ni más ni menos, que “afloje, laxe o ablande” o lo que es lo mismo, que se lo tome con calma. Cuando yo me relajo y “consigo un estado de reposo físico y moral, dejando los músculos en completo abandono y la mente libre de toda preocupación” me siento en la gloria más absoluta y procuro alargar ese estado el máximo tiempo posible. Más allá de la relajación física y/o anímica, relajar también quiere decir “aliviar o reducir a alguien la pena o castigo” cosa que, admitiréis, siempre viene bien si uno es el condenado y además, si nos metemos en un fregao por culpa de un juramento o voto hecho a la ligera, y sin pensar en las consecuencias, nos pueden relajar del mismo y volvemos ser libres como pajarillos para hacer de nuestra capa un sayo. Así pues y visto lo visto relajar es siempre algo positivo ¿o no?

Pues depende. Si uno va a Uruguay lo de relajar ya no tiene tanta gracia. Si tu jefe te relaja, ándate con ojo por que te estará “amonestando o reconviniendo severamente” y si ves a alguien “armar escándalo o crear confusión” estará la mar de relajado. Es más, si alguien está muy tenso y nervioso y le dices “Oye tío, relaja un poco” no te extrañe que se empiece a “insultar mucho a alguien” (posiblemente a ti) porque ese es el significado coloquial del dichoso verbo en el pequeño país suramericano.

Y esto es en pleno siglo XXI porque hace unos cientos de años la palabra relajar o relajado tenía un significado adicional mucho más macabro y penoso. Imagino que sabréis que antaño, en nuestra hispánica Monarquía (que se llevó la fama mientras otros cardaban la lana) y en el resto de Europa, eran bastante aficionados a enviar a la gente al brasero (otra palabra que hoy día tiene un significado de lo más inocente y que entonces hacía referencia a la hoguera en la que se quemaba a los condenados) Pues bien, los tribunales que juzgaban estas cosas propias de herejes, judaizantes, brujas, sodomitas, blasfemos y demás solían ser tribunales eclesiásticos, en nuestro caso la archiconocida y vapuleada Suprema y General Inquisición. Estos tribunales, representantes de la Iglesia, eran muy respetuosos con las leyes de Dios y dado que uno de los mandamientos dice “no matarás” no se ensuciaban las manos con la ejecución de las sentencias a muerte si no que “entregaban a la justicia secular al reo digno de pena capital” para que fuera esta, la justicia del Rey, la que procediese al encendido y quema de los desdichados de turno. El término relajar o relajado aparece con mucha frecuencia en la documentación moderna relativa a procesos inquisitoriales y como veis había poco de reposo físico o mental en ello. Cosas de la Iglesia.

En breve espero tener listo un artículo sobre el proceso inquisitorial y la diferencia entre la Inquisición española y tribunales similares en el resto de Europa y es que a nosotros nos colgaron el sambenito mientras en el resto de Europa se hacían barrabasadas a troche y moche, sin coto ni control a la par que imprimían libelos que extendían la leyenda negra que aún pesa sobre la Monarquía Hispánica y la Inquisición. Quemar, quemaron todos, pero veremos que unos, los tribunales hispánicos, menos y  con más control que el resto pese a la fama que sobre ellos pesa.

miércoles, 15 de marzo de 2023

lunes, 12 de diciembre de 2022

El autosuicidio de Tale Colante... un anticipo de mi próximo libro.

 

En unos meses espero tener publicada mi primera novela, un delirio sin sentido que seguro os va a encantar, os dejo un anticipo que no será el último...

"Llevaba empinando el codo desde hacía más de dos horas así que se levantó como buenamente pudo y tambaleante abrió la portezuela de aquel inmundo barracón al que alguien, estirando el concepto de eufemismo al máximo, había decidido llamar bungaló. El dueño del camping, el mismo que le había colocado hasta la última botella de aquel licor asqueroso que nadie quería, estaba allí plantado con cara de pocos amigos.

          —¿Señor Colante? —se trataba de un tipejo de aspecto deleznable que olía a rancio. Bizco, con un pelo lacio y grasiento que se le pegaba a la frente sudorosa, barba de cinco días y un muñón donde debía estar la mano izquierda. Es de suponer que el hecho de ser manco le tenía amargado y esa era la fuente de su permanente antipatía. Lo del olor se debía simplemente a que el sujeto era un guarro de tomo y lomo que no se acercaba al agua ni para beberla.

          —Sí, dígame, señor Raboprieto —A Tale aquel hombre, como todos los hombres de aspecto infame, le daba un poco de miedo.

          —En mi oficina hay un individuo que pregunta por su señora —Grumo Raboprieto observaba con desprecio a aquel borracho indecoroso que le había abierto la puerta con cara de pasmo y ojos resacosos. Pese a todo había decidido avisarle y es que no era tan mala persona como los demás creían —. En mi humilde opinión debería usted hablar con él.

          —¿Yo por qué? ¿No dice que pregunta por mi esposa?

          —Así es, pero me parece a mí que se la quiere cepillar.

          —¿Que se quiere cepillar qué? —preguntó Tale buscando con la mirada su botella de hidromiel. Para variar no había entendido nada de lo que le decían.

          —A su mujer.

          —¿Cariño, quieres cepillar algo? —gritó Tale mientras el señor Raboprieto se llevaba la mano a la cara suspirando.

Aquel imbécil era el único ser humano capaz de estar borracho y resacoso al mismo tiempo y aquello acentuaba su estupidez de manera lamentable.

          —Señor Colante le estoy diciendo que hay un hombre en mi oficina que tiene toda la pinta de ser el amante de su mujer.

          Tale seguía mirándole con la misma cara de alelado ignorante.

          —¡Que se la quiere follar! —gritó desesperado el gerente del camping.

          —¿A quién? —replicó Tale sobresaltado.

        —Señor Colante, ¿Habla usted mi idioma? ¿Entiende algo de lo que le digo? —preguntó Grumo desesperado. Al fin y al cabo, qué le importaba a él lo que aquella furcia desgraciada hiciese.

          —Sí, sí.

          —Sí, sí ¿qué?

          —Que sí, que hablo su idioma.

          —Si usted lo dice.

          —Lo digo, lo digo —afirmó Tale tremendamente confundido. No quería parecer tonto, pero se había olvidado qué narices hacía el señor Raboprieto en su barracón. Le dolía mucho la cabeza y tenía la boca igual de seca y pastosa que aquella vez que se comió un bocadillo de polvorones con harina.

          —Olvídelo. Le diré a ese tipo que venga para acá y ya se apaña usted con él."

miércoles, 2 de marzo de 2022

Democracia: ¿norma o excepción?




Al hilo de lo que sucede en Ucrania uno no puede evitar preguntarse si, a día de hoy, las democracias son la norma o la excepción. Que a un país en plena Europa le de por invadir a otro así, por las malas... me tiene helado y desgraciadamente tengo la triste sensación de que ciertamente las democracias son excepción en un mundo en el que los regímenes autoritarios y la merma de derechos ganan terreno a pasos agigantados en algunos lugares y poquito a poco en otros. Pero el caso es que avanzan.
En el informe de The Economist "Democracy index 2020", de hace dos años... y qué dos años, se ilustra por medio del mapa adjunto la situación global del planeta en función de los diferentes tipos de gobierno. La existencia de regímenes híbridos o directamente autoritarios es tan extensa como deprimente. Asia y África están teñidas de tonos rojizos y anaranjados y en Sudamérica habría que cambiar más de un país tras los acontecimientos de los dos últimos años. Eso sin mencionar las flawed democracies o democracias imperfectas (donde tal vez esté ya España) Europa, tan criticada y denostada incluso por los propios Europeos, es un puñetero oasis, es de dónde surgió todo y me temo que es también el objetivo número uno a destruir.
El que esto escribe pensaba que la evolución natural del ser humano era alcanzar la democracia, con todas sus imperfecciones (que las tiene) para, a partir de ahí lograr metas mayores, mejores, ir perfeccionando un sistema en el que la libertad y, ante todo, el respeto a los derechos de todos los ciudadanos marcara la pauta. Y no es así. El fuerte se sale con la suya, el que  no cumple las reglas o, peor, se la pasa por el forro de los cojones, acaba ganando la partida.
En fin, oscuras reflexiones para momentos oscuros, sin duda. El ser humano me desconcierta, cada vez más...

domingo, 27 de febrero de 2022

Diezmar: están locos estos romanos

 


Cuando Obélix dice eso de “están locos estos romanos” no le falta razón y es que para algunas cosas los romanos eran un poquito brutos. Si sus legiones fueron invencibles durante varios siglos fue, en gran medida, por la férrea disciplina que demostraban en batalla y ello se debía tanto a la buena preparación de los legionarios fruto de una vida dedicada al servicio militar, como a los durísimos castigos que debían afrontar en caso de incumplimiento del deber.

Los castigos físicos eran muy habituales y las faltas más leves eran castigadas con azotes propinados por el centurión con su vitis, una vara corta hecha de sarmiento de parra. El centurión tenía potestad para decidir que se consideraba falta leve con lo que tenía bastante manga ancha a la hora de castigar. Para penas mayores, especialmente de muerte, se precisaba la aprobación de oficiales superiores. Si un soldado abandonaba su guardia o se quedaba dormido era condenado a muerte por apaleamiento o lapidación. Los ejecutores eran, además, sus propios compañeros cuyas vidas había puesto en peligro el infractor. Se repartían unas varas de madera entre los legionarios, el sentenciado era despojado de sus ropas y, desnudo, era rodeado por los demás. En cuestión de minutos era molido a palos  hasta morir. Las deserciones se castigaban con igual dureza pero con una muerte considerada indigna, la crucifixión. Con semejantes castigos es fácil suponer que las deserciones o incumplimientos del servicio se redujeron a la mínima expresión en el ejército romano.

Una de las acepciones que el DRAE da para la palabra diezmar es “castigar a uno de cada diez cuando son muchos los delincuentes o cuando son desconocidos entre muchos” Para encontrar el origen de este significado hay que remontarse, de nuevo, al Imperio Romano, en concreto al peor castigo que podían sufrir las legiones. Si una legión era considerada culpable de cobardía, de abandono ignominioso del campo de batalla o de amotinamiento, se podía imponer la pena de la decimatio (diezmo). Diezmar una legión consistía en matar a uno de cada diez legionarios. Divididos en grupos de diez, los soldados debían echar a suertes, sin distinción de rango, quien era el desafortunado que iba a morir y el elegido era ejecutado por los otros 9 a palos o lapidado. Si se negaban podían ser condenados todos y una vez pronunciada la “sentencia” los legionarios no podían apelar a nadie ya que el general al mando de una Legión era la máxima autoridad y gozaba de plenos poderes sobre sus hombres.  Este castigo nunca fue habitual ya que resultaba contraproducente por desmoralizante y es que lo de moler a palos a un compañeros no contribuía a levantar el ánimo de nadie y predisponía a la tropa contra el general que ordenaba la matanza. Aún así hay testimonios de ello. Durante la revuelta de esclavos liderada por el tracio Espartaco, entre 73 y 71 a.C., Marco Licinio Craso recibió el mando de seis legiones de nueva formación que se sumaron a las dos supervivientes de los anteriores cónsules Léntulo y Gelio, que habían sido derrotadas por Espartaco. Craso consideró que la derrota frente a una turba de esclavos era una vergüenza para las armas de Roma y ordenó la diezma de dichas legiones. Una legión de aquella época venía a constar de unos 5.000 hombres así que podéis haceros una idea de lo dramático que resultaba el castigo. Cada legión se dividía en diez cohortes y podía darse el caso de que el castigo se aplicase, exclusivamente, sobre una de ellas también por sorteo. Los soldados supervivientes debían dormir fuera del recinto del campamento, con el peligro que ello entrañaba, y se les cambiaba su ración de trigo por cebada. 


viernes, 25 de febrero de 2022

Parte semanal: habla el generalísimo Franco.



Españoles, tenemos el honor de presentaros las declaraciones en exclusiva de su excelencia el Jefe del Estado, generalísimo Franco, ante la terrible situación que azota nuestro querido y viejo continente. 

Inauguramos así, de la mejor manera posible, nuestro parte semanal en el que tendrán ustedes conocimiento de todo cuanto acontezca en el mundo y en nuestra querida patria.






 

miércoles, 23 de febrero de 2022

Ortemius, el sabio loco.

 



Nadie puede afirmar con seguridad cuándo perdió la cabeza pero si preguntas, todos te dirá anque fue entonces cuando Ortemius, el que fuera discípulo aventajado del gran alquimista Andión Flûmen, se hizo sabio. Es cierto, no mentiré, que su comportamiento era errático la mayor parte del tiempo y que mantener una conversación con él no era fácil si uno no estaba dispuesto a dejar de lado las más elementales reglas de la lógica. Ortemius nunca daba una respuesta directa, a veces ni siquiera daba una respuesta, o eso afirmaban las decenas de incautos y advenedizos, egoístas ávidos de saber que trataban de aprovecharse de él creyendo, sin saber con quién trataban, que a Ortemius era posible engañarlo. 

Ortemius, que ya era viejo cuando mi abuelo era un joven, siempre me dijo que para saber hay que ser paciente y estar dispuesto a no avanzar ni un solo paso. En la aparente quietud de la inmovilidad de las cosas y en la perseverancia, repetía, está el conocimiento. Durante muchos años no entendí aquella sentencia en la que se basa el ancestral saber alquímico.

Antes de que los Grandes Pesares asolaran estas tierras, Ortemius ya era conocido como el sabio loco y es curioso cómo entre la gente siempre pesó más lo segundo que lo primero. Veían en él a un orate y no al hombre sabio que era. No digo que no estuviera loco, que sin duda lo estaba, pero su locura era una locura sincera y bondadosa, repleta de un conocimiento y de una sapiencia que él estaba dispuesto a compartir con quien lograse descifrar su intrincada y compleja mente. Supongo que para eso hacía falta paciencia y algo de suerte. Él, sin embargo, no se tenía por loco, se veía más bien como un profeta que ha olvidado su mensaje y por eso ansiaba tanto encontrar a alguien que le entendiese y pudiese descifrarle. Hablar con Ortemius, el sabio loco, era como leer un libro escrito en una legua desconocida en una habitación en penumbra. Era emocionante e inspirador. Terrorífico y desesperante.

La vida de Ortemius no debería caer en el olvido y es por ello que me dispongo a narrarla en las páginas que vais a leer a continuación. Lo haré sin aparente orden ni concierto, pues así funcionaban mi maestro y su intrincada mente, aunque con el tiempo aprendí que con él, con Ortemius, nunca nada sucedía por azar y todo escondía un significado oculto. Si desesperas en la lectura de estas memorias que yo, un humilde aprendiz, pretendo relatar, es que sencillamente no estás preparado para comprender al sabio loco y su mensaje. Tal vez ni yo mismo lo esté, quién sabe. He aquí la historia, las historias, de Ortemius el más grande hombre que fue, es y será. El discípulo que se convirtió en maestro. El maestro que alcanzó la sabiduría tras abandonar la razón. El sabio que se tornó en loco. El loco que me devolvió la cordura.

RELAJAR: no es oro todo lo que reluce

  Si preguntamos por ahí que sensaciones experimenta la gente ante el verbo relajar , la mayoría responderá con palabras positivas. Cuando u...