Inevitablemente unida en el
imaginario colectivo al París de finales del siglo XIX y principios del XX, el
París de la Bohemia, a las reuniones de pintores, artistas, escritores y poetas
en los cafés del Barrio Latino, Montmatre o Montparnasse, la absenta se ha
convertido en fuente de mitos y leyendas, bebida prohibida, reflejo líquido de
un movimiento artístico y social decadente y marginado, pero nunca marginal,
que se posicionó frente a la imperante sociedad burguesa y capitalista a lo
largo de la segunda mitad del XIX francés. Y de Francia, este benéfico y mágico
licor pasó al resto de Europa y América. Grandes aficionados a la absenta
fueron Paul Gauguin, Edward Munch, Edgar A. Poe, Charles Baudelaire,
Toulouse-Lautrec o dos claros exponentes de la vida bohemia como fueron Arthur
Rimbaud y Paul Verlaine, quienes recurrían frecuentemente a la absenta y al
hachís para alcanzar un estado visionario y trascendental de inspiración
poética y artística. A bebedores de absenta pintaron con maestría Pablo
Picasso, Edgar Degas, Viktor Oliva o Edouard Manet. Hasta de Ernest Hemingway,
que en su obra Muerte en la tarde la describe como “una alquimia
líquida que cambia las ideas”, se
dice que recurrió a ella para reunir el valor necesario y saltar al ruedo para
torear. Oscar Wilde, insigne bebedor de absenta, dijo: “después
del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del
segundo, uno ve las cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las
cosas tal y como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir […] Así pues
¿cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?
La absenta, el hada verde, musa imaginaria e imaginada de artistas y soñadores, habitual en eternas tertulias nocturnas en las que, entre el humo del opio y el tabaco, se destripaba la mediocridad burguesa en sórdidos y elegantes cafés de un París que brillaba como ninguna otra ciudad de la época y en los que los intelectuales y artistas se mezclaban sin pudor con prostitutas, alcohólicos y demás gentes de mal vivir que habitaban las oscuras entrañas de la ciudad.
La absenta, el hada verde, musa imaginaria e imaginada de artistas y soñadores, habitual en eternas tertulias nocturnas en las que, entre el humo del opio y el tabaco, se destripaba la mediocridad burguesa en sórdidos y elegantes cafés de un París que brillaba como ninguna otra ciudad de la época y en los que los intelectuales y artistas se mezclaban sin pudor con prostitutas, alcohólicos y demás gentes de mal vivir que habitaban las oscuras entrañas de la ciudad.
La absenta es una bebida de alta
graduación que se obtiene a partir del ajenjo (artemisa absinthium y artemisa pontica) acompañada de hinojo y anís
verde y aunque el licor como tal comenzó a elaborarse en el siglo XVIII en un
convento suizo por el doctor Pierre Ordinaire, donde las monjas lo
comercializaban como elixir curativo, la utilización del ajenjo como planta
medicinal está documentada desde tiempos del antiguo Egipto pues aparece
mencionado, junto a más de 700 sustancias, en el famoso Papiro de Ebers (1.500
a.C.) uno de los tratados de medicina más antiguos que existen. El doctor
Ordinaire vendió su fórmula a un tal mayor Dubied quien junto a su hijo y su
yerno abrieron en Francia la primera destilería comercial de absenta. Durante
la primera mitad del siglo XIX la bebida se hizo cada vez más popular entre la
aristocracia y las clases altas francesas, sin embargo, la gran fiebre de la
absenta se vive a partir de los años 50 del dieciocho cuando la bebida es
adoptada por las clases populares y, sobre todo, por los intelectuales
bohemios. Se calcula que a finales del XIX en Francia se producían más de dos
millones de litros de absenta por año.
A principio del siglo XX, en
1908 en Suiza y en 1915 en gran parte de los países europeos con la excepción
de Inglaterra y España, la absenta fue prohibida pues se le atribuían efectos
altamente negativos para el organismo. Estos efectos eran en parte exagerados y
en parte ciertos pues la producción masiva de absenta se hacía sin control, con
alcoholes de muy baja calidad y con un excesivo contenido de tuyonas altamente
perjudiciales. Actualmente la mayoría de esos países han levantado las
prohibiciones y la absenta vuelve a ser legal.
El consumo de absenta implica un
ritual previo tan importante como la propia ingesta del benéfico licor. Se deposita un
terrón de azúcar, previamente quemado por algunos, sobre una cucharilla con un
orificio en la parte inferior y ésta se sitúa sobre la copa. Entonces, poco a poco se vierte agua muy fría sobre el azucarillo que lentamente se deshace y cae
en la copa. Las proporciones de agua y licor van a gusto del consumidor y el
resultado es una bebida blanquecina, de aspecto lechoso, que debe beberse de un
trago. En aquella época, en que el consumo de absenta estaba a la orden del día, era habitual
encontrar una fuente de agua fría en bares y cafés o en su defecto, una jarra
en las mesas. La absenta se popularizó por su precio económico, llegó a ser más
barata que el vino, y por sus efectos rápidos y fuertes ya que un alto consumo
llevaba a estados de delirio importantes y, en algunos casos, podía provocar
alucinaciones aunque sobre este punto hay mucho más mito que realidad. En cualquier caso el consumo de absenta nunca
se hacía de manera exclusiva y solía ir mezclaba con hachís, opio, cognac, vino
y todo tipo de licores de ahí que los resultados fueran altamente
imprevisibles.