Ortemius, que ya era viejo cuando mi
abuelo era un joven, siempre me dijo que para saber hay que ser paciente y
estar dispuesto a no avanzar ni un solo paso. En la aparente quietud de la
inmovilidad de las cosas y en la perseverancia, repetía, está el conocimiento. Durante
muchos años no entendí aquella sentencia en la que se basa el ancestral saber
alquímico.
Antes
de que los Grandes Pesares asolaran estas tierras, Ortemius ya era conocido
como el sabio loco y es curioso cómo entre la gente siempre pesó más lo segundo
que lo primero. Veían en él a un orate y no al hombre sabio que era. No digo
que no estuviera loco, que sin duda lo estaba, pero su locura era una locura
sincera y bondadosa, repleta de un conocimiento y de una sapiencia que él estaba
dispuesto a compartir con quien lograse descifrar su intrincada y compleja
mente. Supongo que para eso hacía falta paciencia y algo de suerte. Él, sin
embargo, no se tenía por loco, se veía más bien como un profeta que ha olvidado
su mensaje y por eso ansiaba tanto encontrar a alguien que le entendiese y
pudiese descifrarle. Hablar con Ortemius, el sabio loco, era como leer un libro
escrito en una legua desconocida en una habitación en penumbra. Era emocionante
e inspirador. Terrorífico y desesperante.
La vida de
Ortemius no debería caer en el olvido y es por ello que me dispongo a narrarla
en las páginas que vais a leer a continuación. Lo haré sin aparente orden ni
concierto, pues así funcionaban mi maestro y su intrincada mente, aunque con el
tiempo aprendí que con él, con Ortemius, nunca nada sucedía por azar y todo
escondía un significado oculto. Si desesperas en la lectura de estas memorias
que yo, un humilde aprendiz, pretendo relatar, es que sencillamente no estás
preparado para comprender al sabio loco y su mensaje. Tal vez ni yo mismo lo
esté, quién sabe. He aquí la historia, las historias, de Ortemius el más grande
hombre que fue, es y será. El discípulo que se convirtió en maestro. El maestro
que alcanzó la sabiduría tras abandonar la razón. El sabio que se tornó en
loco. El loco que me devolvió la cordura.
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